miércoles, 30 de marzo de 2011

Presos de su consciencia



Los seres humanos somos egoístas por naturaleza: pretendemos que todo fluya según nuestra ideología, nuestro capricho mental que no hace más que atosigarnos y nuestro mero pensamiento de autodestrucción (si se le puede llamar así). Fijamos ideas concretas y determinantes de lo que tenemos en mente, sin pararnos a pensar en lo que esas ideas o conclusiones pueden conllevar. 

Todo ello refiriéndonos a un tema tan delicado como humillante para aquel que lo vive y convive, nunca mejor dicho, con ellas a diario. Porque claro, quien primero sufre al ver que, para sí mismo, él o ella está hablando y es consciente de ello, pero no tiene forma de transmitirlo a los que, estando en la sala de un hospital, desean escuchar pero tampoco reciben información, es quien ocupa la camilla del hospital. Y no los que le abrazan sin, siquiera, llegar a tocarle. 

Así, para la persona que lo ve desde fuera, aplicar la eutanasia a quien tiene al lado, que curiosamente no puede hacer nada más que lamentarse por no poder ceder todo su ser, sería algo impensable y, a veces, incluso fastidioso. Quizás, para el llamémosle encamillado, preso, tal vez de por vida, de su consciencia, o inútil, tanto mental como físicamente la eutanasia sería la mejor opción, la huida del abismo, un viaje hacia el país de las maravillas, donde ya nada duele porque, una vez allí, sólo hay campos de fresas. 

Pero eso es algo que sólo aquel que respira de forma artificial, aquel que se mantiene vivo físicamente, pero está exánime mentalmente, podría y debería decidir. No todos quieren combatir la muerte como lo hizo la famosa Luciana en Campos de Fresa, no todos están dispuestos a jugar al ajedrez mientras sus familiares se desfallecen a su lado como ella lo hizo. O tal vez sí. 

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