Uno de los primeros actos de Benedicto XVI como nuevo Papa fue el eximir a Juan Pablo II de la norma canónica que exige el transcurso de al menos cinco años desde la muerte del candidato antes de iniciar el proceso de beatificación. A partir de ahí, no se ha hecho sino aumentar el tamaño de la sombra que rodea todo este asunto, que huele a fraude por los cuatro costados y que, sin embargo, va a culminar con la ascensión a Santo de Karol Wojtyla el próximo día 1 de mayo, pese a la cantidad de voces discordantes incluso dentro del sector de la Iglesia.
Benedicto está cortado por el mismo patrón que Juan Pablo: los ojos mezquinos, el semblante pétreo y frío, la mirada autoritaria y reprobatoria. Todo lo contrario a lo que el Santo Padre, supuesto representante del amor de Dios en la tierra, debería simbolizar. Puede que sea por eso por lo que se ha dado tanta prisa en beatificarlo. La Curia romana se puso a buscar como loca el milagro que permitiera perpetrar la aberración que se nos avecina y, entre cientos de casos, encontró lo que buscaba.
Marie Simon Pierre es una monja francesa que supuestamente fue curada de cáncer dos días después de la muerte de Juan Pablo, una vez que esta se encomendó a él en sus oraciones. El caso ha venido de perlas, ya que la analogía entre la monja y el pretendido beato es clara, al haber sufrido los dos la misma enfermedad. Sin embargo, pese a lo poético de la situación, la milagrosa curación no escapó de la tónica de polémica que ha empapado todo el proceso cuando surgieron "dudas" de la desaparición de la enfermedad. Es más, varios médicos constataron que la religiosa, aún continuaba padeciendo Parkinson.
¡Pero qué importa! El uno de mayo está a la vuelta de la esquina y todavía falta encontrar un milagro para la futura canonización. ¡Hay que ponerse manos a la obra!
Práxedes Millán Erenas
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