El mundo árabe alzó la voz el día en que Mohammed Bouazizi se autoinmoló como protesta contra la injusticia y el abuso indiscriminado. Suele decirse que siempre hay una gota que colma el vaso. A partir de entonces la ola revolucionaria no ha parado de extenderse. Primero fue Túnez, que logró derrocar al tirano Ben Alí, después fue Egipto, que hizo lo propio con el corrupto Mubarak, y ahora es Bahrein, Argelia, Libia, Jordania, Irán.
Oriente Medio hace historia y muestra a occidente que no está dispuesto a tolerar el abuso, pese al silencio internacional, pese a la ignorancia premeditada de los medios de comunicación, pese a los intereses de Estados Unidos, que permiten el enriquecimiento de dictadores porque simplemente conviene.
Sin embargo, la férrea voluntad de ser libre, de ser reconocido con plenitud de derechos, siempre se verá frenada por aquellos que disfrutan de más privilegios de los que les corresponde. El pasado 14 de febrero, el régimen iraní reprimió todo atisbo de manifestación hasta convertir todo el asunto en una simple anécdota. Lo mismo ocurrió ayer, día 20. Entre encarcelaciones y acción policial, Mahmud Ahmedineyad logró que la nueva protesta se materializase simplemente como calles más transitadas de lo normal.
Dos jóvenes más se unen así a las víctimas de la revolución. Víctimas que han dado todo para luchar por sus derechos más básicos. Víctimas que esperemos, al menos en el caso de Irán, no hayan dado su vida por nada.
Práxedes Millán Erenas
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